
Juntaba los dólares para el viaje. Los
nervios lo tenían a mal traer, los precios subían y había rumores de todo tipo.
Después de un día agitado, se tiró en el sillón grande de su cuarto para mirar
su serie favorita y descansar.
La ciudad era una fiesta, las garotas más lindas que nunca y
él con el ánimo bien arriba. Habían empezado los ensayos en el lugar. Sus pies se movían solos y su cuerpo era de goma. Festejaban con Caetano, en medio
de un gentío a toda música.
El club era un caos, corrían de acá para allá, hablaban y se
reían fuerte. Una mujer buscaba los disfraces y repartía, le dio una bolsa con
su nombre, salieron del tinglado hacia unos vestidores que estaban afuera junto
a los baños. Ricardo se sentía algo incómodo. Abrió la bolsa, se probó un
pantalón brilloso de color azul, un poco apretado para su gusto, acompañado de
un chaleco verde y un antifaz negro. El sombrero era imponente, de color
naranja con unos picos que le recordaban a un arlequín.
Salió para mostrarle a Caetano. Todos estaban en el patio, con
el mismo traje. Hacían bromas, la risa se contagiaba en el aire, también su
confusión.
__ ¿Te imaginabas algo así? Le dijo Caetano.
__Difícil. Una pregunta, amigo, ¿cuál es el tema de este año
en el Carnaval? Estoy confundido.
__Me olvidé contarte, es sobre la pandemia que tuvimos el
2020. ¿Te acordás?
__Claro, imposible olvidarme. ¿Pero que se les dio por
recordarlo?
__Es una manera de ponerle humor para cerrar tanta tristeza.
El Carnaval es un momento de fiesta. En la coreografía nos dividimos en dos
grupos, los virus y los humanos. A nosotros nos tocó virus. Mas divertido ¿no?
Su cabeza empezó a girar y ya no pudo parar. Dentro del
sámbodromo, el grupo se desplazó en círculos, rodeando a los humanos que intentaban
escapar. Los acorralaban en una guerra de pinturas. Los rojos quedaban
infectados por los virus y los verdes eran eliminados por los humanos. Algunos lograban
escabullirse entre pasos de samba. La tribuna sonaba a todo volumen, coreaba
una y otra vez sus temas preferidos. Los tambores sonaban, se agitaba la
noche en una coctelera de colores y mucho alcohol. La locura desbordaba en cada
paso.
Compenetrado por su personaje, emprendió una cacería feroz
contra sus víctimas, en escape de todas sus angustias. Los buscaba y cuando los
tenía cerca los contagiaba con su pintura roja. Se había convertido en una máquina de captura y lo disfrutaba.
Se topó con la bastonera de la escola. Su único vestido, la
pintura que recubría su cuerpo, y un antifaz que remataba con una corona rodeada
de plumas, sobre su cabeza. Bailaba como nadie, sin desplazarse, agitaba cada
parte de su cuerpo, enfrente de sus narices. Quedó hipnotizado, sin atinar a nada, ella lo marcó de verde, tiró un beso al aire y siguió caminando con su séquito, sin
volver atrás para mirarlo. Cuando él cayó
en la cuenta de lo que había pasado, se desesperó.
Intentó subir a la carroza, resbaló una y otra vez, entre
insultos y maldiciones, por su estado deplorable. La bastonera desde arriba lo
miró desafiante, rodeada por sus admiradores. Caetano le hacía señas
desesperadas, mano en alto, para pedirle que no siguiera adelante.
Lo primero que Ricardo miró cuando se despertó, era si tenía
la marca verde en su cuello. Respiró profundo al darse cuenta de que no
existía. Se preparó para su trabajo esencial, en cuarentena. Tendría que volver
a soñar esa noche, para subir a la carroza y averiguar cómo seguía la historia.
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