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Enmascarados


El sueño de Ricardo era bailar en una Scola en Río. Había viajado varias veces, pero nunca en esa fecha donde los precios explotaban y era difícil moverse en la ciudad. Caetano, su amigo brasilero lo había entusiasmado, bailaba en una comparsa y lo podía llevar como invitado, con un permiso especial. Sería para la presentación de Flor Carioca, el próximo año, en el sambódromo.
Juntaba los dólares para el viaje. Los nervios lo tenían a mal traer, los precios subían y había rumores de todo tipo. Después de un día agitado, se tiró en el sillón grande de su cuarto para mirar su serie favorita y descansar.
La ciudad era una fiesta, las garotas más lindas que nunca y él con el ánimo bien arriba. Habían empezado los ensayos en el lugar. Sus pies se movían solos y su cuerpo era de goma. Festejaban con Caetano, en medio de un gentío a toda música.
El club era un caos, corrían de acá para allá, hablaban y se reían fuerte. Una mujer buscaba los disfraces y repartía, le dio una bolsa con su nombre, salieron del tinglado hacia unos vestidores que estaban afuera junto a los baños. Ricardo se sentía algo incómodo. Abrió la bolsa, se probó un pantalón brilloso de color azul, un poco apretado para su gusto, acompañado de un chaleco verde y un antifaz negro. El sombrero era imponente, de color naranja con unos picos que le recordaban a un arlequín.
Salió para mostrarle a Caetano. Todos estaban en el patio, con el mismo traje. Hacían bromas, la risa se contagiaba en el aire, también su confusión.
__ ¿Te imaginabas algo así? Le dijo Caetano.
__Difícil. Una pregunta, amigo, ¿cuál es el tema de este año en el Carnaval? Estoy confundido.
__Me olvidé contarte, es sobre la pandemia que tuvimos el 2020. ¿Te acordás?
__Claro, imposible olvidarme. ¿Pero que se les dio por recordarlo?
__Es una manera de ponerle humor para cerrar tanta tristeza. El Carnaval es un momento de fiesta. En la coreografía nos dividimos en dos grupos, los virus y los humanos. A nosotros nos tocó virus. Mas divertido ¿no?
Su cabeza empezó a girar y ya no pudo parar. Dentro del sámbodromo, el grupo se desplazó en círculos, rodeando a los humanos que intentaban escapar. Los acorralaban en una guerra de pinturas. Los rojos quedaban infectados por los virus y los verdes eran eliminados por los humanos. Algunos lograban escabullirse entre pasos de samba. La tribuna sonaba a todo volumen, coreaba una y otra vez sus temas preferidos. Los tambores sonaban, se agitaba la noche en una coctelera de colores y mucho alcohol. La locura desbordaba en cada paso.
Compenetrado por su personaje, emprendió una cacería feroz contra sus víctimas, en escape de todas sus angustias. Los buscaba y cuando los tenía cerca los contagiaba con su pintura roja. Se había convertido en una máquina de captura y lo disfrutaba.
Se topó con la bastonera de la escola. Su único vestido, la pintura que recubría su cuerpo, y un antifaz que remataba con una corona rodeada de plumas, sobre su cabeza. Bailaba como nadie, sin desplazarse, agitaba cada parte de su cuerpo, enfrente de sus narices.  Quedó hipnotizado, sin atinar a nada, ella lo marcó de verde, tiró un beso al aire y siguió caminando con su séquito, sin volver atrás para mirarlo.  Cuando él cayó en la cuenta de lo que había pasado, se desesperó.
Intentó subir a la carroza, resbaló una y otra vez, entre insultos y maldiciones, por su estado deplorable. La bastonera desde arriba lo miró desafiante, rodeada por sus admiradores. Caetano le hacía señas desesperadas, mano en alto, para pedirle que no siguiera adelante.

Lo primero que Ricardo miró cuando se despertó, era si tenía la marca verde en su cuello. Respiró profundo al darse cuenta de que no existía. Se preparó para su trabajo esencial, en cuarentena. Tendría que volver a soñar esa noche, para subir a la carroza y averiguar cómo seguía la historia.



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