Salió de su casa por tercera vez con la determinación de no
volver sin comida. A la hambruna habitual, se le sumó la llegada temprana del
invierno. Tenía que llegar hasta la granja abandonada después de la peste. Aún
con el riesgo de contagiarse, creía que en el granero abandonado, podía
encontrar un tesoro. Llevaba las bolsas, el cuchillo bien afilado y la vieja
escopeta, por si se encontraba algo en el camino. Recorrió el trayecto a buen
paso, pese al dolor penetrante que sentía en el estómago producto de tres días
sin probar bocado, tenía que llegar antes de que oscureciera. Pese a la
urgencia iba escudriñando el camino en busca de algún animal, aunque hacía
tiempo que ya prácticamente no quedaban. Cuando doblo el camino vio la granja
abandonada y creyó ver un perro que se movía. Preparo la carabina pero era una
falsa alarma. Rodeo la casa abandonada e invadida por la naturaleza y enfilo
para el galpón. Abrió la puerta suavemente, tratando de hacer el menor ruido
posible y sus ojos se llenaron de lágrimas. Suspendidos de las vigas colgaban una colonia de
murciélagos durmiendo. Lleno las dos bolsas que había llevado y emprendió el
camino a casa, sonrió en la oscuridad, tenían comida para una semana.
Yé ye (*), no sé cómo podes comer esas porquerías que compras
en el mercado. El super tiene alimentos refrigerados con todas las normas de
seguridad, y vos insistís en comer, los bichos vivos, que compras en Wuhan………….
(*) Yé ye, abuelo en chino
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