Él después de la pandemia y las cuarentenas se dio cuenta que la vida en las ciudades era un peligro. Bastaría con que se cortara la electricidad y ya no habría agua ni cloacas. Inmediatamente faltarían los alimentos, bebidas y colapsarían los medios de locomoción. Las ciudades se convertirían en trampas mortales.
El lugar, para mudarse, debería ser alto, con acceso al agua potable y suelos fértiles. Habría que instalar pantallas de energía solar y tener unos pocos animales. Una granja chica que pudiera ser manejada por la familia. El aprendizaje calculo que le iba a llevar 2 años.
Como él, no era ningún genio, lo mismo fue visto por millones de personas en todo el mundo. Los primeros que accionaron pudieron vender sus departamentos, casas, comercios o cocheras a buen precio y comprar las mejores tierras. A medida que las ciudades se iban quedando vacías, el valor de las propiedades se derrumbaba, los servicios públicos se deterioraban por falta de recaudación y los precios de cualquier pedazo de tierra pasaron a tener precios inaccesibles.
Se derrumbó el consumo superfluo, ya casi no se vendía ropa, calzados, autos, electro domésticos, golosinas, muebles, colchones, tortas o revistas.
Pero cometieron un error. Cuando parecía que el mundo tomaba un formato más a la medida del hombre, se dieron cuenta que no se habían desconectado de internet y que los consumos digitales empezaban a ser impagables.
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