Waldo era uno de los tantos repartidores que recorrían las calles de
Buenos Aires. Un inmigrante que la ciudad había recibido con los
brazos abiertos. Encontró trabajo, fue haciendo nuevos amigos, compatriotas que
estaban en la misma, con los que se juntaba los fines de semana.
Era ahorrativo, juntaba unos pesitos para mandarle a su familia. Se las rebuscaba. Cuando explotó la pandemia entre nosotros, su trabajo se multiplicó, muchos no querían tomar más pedidos, pero Waldo necesitaba el dinero y no arrugó. Salía muy temprano por la mañana y llegaba al fin del día destruido para dormir y volver a arrancar.
Era ahorrativo, juntaba unos pesitos para mandarle a su familia. Se las rebuscaba. Cuando explotó la pandemia entre nosotros, su trabajo se multiplicó, muchos no querían tomar más pedidos, pero Waldo necesitaba el dinero y no arrugó. Salía muy temprano por la mañana y llegaba al fin del día destruido para dormir y volver a arrancar.
Había una señora, con la que simpatizó de entrada, le gustaba charlar y
él le dedicaba un tiempo extra en sus encargos. Le contó que su hija y sus
nietos vivían lejos. La empresa le había pedido especialmente que se ocupara de
ella, era de sus clientas más fieles.
Anita era ágil para su edad, había sido directora de escuela, su charla
era entretenida, y estaba llena de anécdotas. Con la distancia reglamentaria,
cruzaba con Waldo unos minutos de conversación en cada entrega.
Le comentó que le gustaría hacer videollamadas con su familia, pero que
no se animaba, por miedo de arruinar lo que tenía en la computadora. Todas
las mañanas, leía los diarios y estaba activa por Facebook. No era cuestión de
tocar y quedarse aislada en la situación actual.
Él le dijo que si se lo permitía podía enseñarle. Anita dudó un poco
pero el chico le daba confianza y lo aceptó.
__ Sabés lo que estás haciendo? Preguntó con miedo cuando vió que se
metía en su computadora.
__Si, quédese tranquila. Tengo práctica.
En los días siguientes, sorprendió gratamente a su hija y a sus nietos, con
su imagen entre palabras cortadas por la emoción. Ella fue generosa con Waldo, valoraba
su ayuda.
La cuarentena se estiraba y Waldo veía que Anita de a poco decaía. le
decía que se sentía bien, pero parecía deprimida. Le pareció raro que no se
arreglara como al principio y que hubiera dejado de encargarle esos chocolates
que tanto le gustaban con el cafecito de la tarde. Seguramente extrañaba las
salidas con sus amigas, a él también le pasaba y eso que estaba todo el día en
la calle.
En el barrio de Waldo, faltaba de todo. Los vecinos estaban preocupados
por el dinero que no alcanzaba y las changas que habían desaparecido.
Los pedidos de barbijos aumentaban y la gente se enojaba porque le daban
menos cantidad de lo que pedían.
Una tarde cuando llevaba unas compras de comida a lo de Anita, se
pusieron a charlar de lo que estaba pasando.
__Sabe que Doña Anita, se me ocurrió algo, pero me da un poco de
vergüenza, decirle…
__Tenemos confianza, hijo. Animate por favor, no hay problema.
__En mi barrio hay mucha gente sin trabajo. Yo veo que hacen falta
tapabocas, unos barbijos caseros, para protegerse del virus. Ahora son
obligatorios para salir y todos se vuelven locos por comprarlos. Si me
disculpa, yo vi que Ud., tiene una máquina de coser en la entrada, la que tiene
una planta, arriba. ¿Funciona?
__ Mirá, a mí siempre me gustó la ropa. De joven, me hacía todo y
también a mi hermana que bailaba en cuanto festival del colegio había. Lo que
sé es que está impecable, era muy buena marca. Si la querés, te la regalo.
__ Uyyy le agradezco. Mire, me parece mejor que la maneje Ud. que la
conoce y no la va a romper. Debe ser delicada. Yo le puedo traer tela para
coser y allá en el barrio los pueden terminar y repartir. Claro que le pagarían
su trabajo.
Anita se empezó a reír, algo que hacía rato que no le ocurría.
__Vos me estás diciendo que ponga la máquina en funcionamiento y
trabaje. ¡Es una locura! pero sabés, hace rato que no hago ninguna locura. No
quiero plata. Me propusiste algo que me da entusiasmo. Te agradezco mucho y te
voy a ayudar.
Los próximos encuentros lo recibió peinada y con ropa nueva, tenía las
cortinas corridas y había un rico olor a pan horneado. Él puso aceite en la
máquina y la probaron. Andaba muy bien. Anita se puso a trabajar
enseguida.
Le pidió que le trajera géneros rayados, a cuadritos o de colores
fuertes, para hacer algo distinto. Improvisó una cabeza para modelar lo que iba
cortando, le dio forma, lo estilizó. Aparecieron diferentes estilos, vintage, pop,
new art, jugó y se divirtió con las combinaciones que salían de sus manos y de
su imaginación, que no paraba de tirar ideas. Sumó guantes cortos, largos, acompañaban al conjunto o rompían la
monotonía. Su sello personal y su dedicación en cada puntada, marcó la
diferencia. Se convirtió en tendencia fashion y las ventas aumentaron.
Las chicas del barrio la empezaron a llamar, habían conseguido otras
máquinas de coser y necesitaban su ayuda para producir más. Entre
risas y mates, las dirigió desde su casa. Se iluminaron sus tardes.
A sus amigas les extrañó que estuviera desaparecida, le empezaron a
preguntar que estaba haciendo. Les contó, con un poco de vergüenza, en lo que
andaba. Al ver su entusiasmo, los grupos de whatsap explotaron. Todas querían
ayudar. Waldo sin ser científico, acababa de descubrir la vacuna para ese grupo
de riesgo.
Grande fue la sorpresa cuando sonó el teléfono de línea, en su casa, una
cadena internacional, con sede en la Argentina quería sus modelos para la nueva
colección de invierno. Era una apuesta grande para una idea que había nacido
chiquita. No tenía idea como se habían enterado, su corazón se aceleró. Anita pensó en la locura del momento que le
tocaba vivir, todo era posible. Estaba entera y tenía ganas, las fuerzas aparecían
con un proyecto solidario.
Los talleres del barrio podrían armarse más profesionalmente para
multiplicar el trabajo que tanto hacía falta, ella era solo un instrumento,
mientras tomaran vuelo. Estaba dispuesta.
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