Hacía más de un mes que la depresión lo tenía paralizado, sin poder encarar nada. Se había desconectado del mundo exterior cuando rompió la televisión y el modem, no siendo capaz de absorber una realidad que le resultaba insoportable.
Solo María lo llamaba todos los días para suplicarle que se levantara y saliera, aunque se notaba el cansancio, que el acto le implicaba.
Cuando por fin se decidió, se bañó, vistió y encaró las tres cuadras hasta el bar para tomar un café, descubrió una ciudad desierta. Sin gente, sin autos, los negocios vacíos y una sensación indescriptible.
Volvió a su casa, sin esperanzas ni sentidos, pero con una resolución nueva. Lleno la bañera, se metió, tomó el cuchillo y supo que había llegado el momento.
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