- Antes de la cuarentena, su vida era una película en Eastman Color y Panavisión. Con un presupuesto ilimitado, incluía, millones de extras, piense lo que significa que todos los días los figurantes, sean distintos. Autos, trenes, colectivos, aviones y todos los vehículos imaginables. Ciudades, montañas, llanuras, lagos y mares, todos en decorados reales sin participación digital. Cambiaban permanentemente, aunque más no fuera en sutilezas, un nuevo florero, un cartel, la disposición de las mesas o la cartelera del teatro. Tenía efectos de lluvia, viento, calor, frio, sol, nubes, noches y días. Ser el guionista, director y actor principal a la vez, hacía que fuera difícil, mantener el foco de la trama. Aparte hay que reconocer que siendo una película tan larga, es difícil mantener las expectativas y la tensión en la obra. Hoy está arrepentido de no haberles dado más bolos a ciertas personas o personajes que podrían haber enriquecido mucho su vida.
- Dentro de la película principal, había otras pequeñas obras, como si el director fuera Wim Wenders. La imagen de la muchacha en bicicleta con la pollera corta flotando, que vio pasar desde la ventana del auto o la discusión de la pareja, donde parece que él le va a pegar y ella no se achica y le grita más. Había piezas, que podían durar desde cinco segundos hasta horas, siempre teniendo inicio, desarrollo y fin en sí mismo, como si la cámara recreara una historia dentro de otra.
- Desde que lo pusieron en cuarentena, su vida es una obra de teatro. Un unipersonal, que transcurre en 4 decorados, aunque incluye las proyecciones de cuando sale a hacer las compras. Con pocos diálogos, salvo las conversaciones por teléfono, con actores a los que nunca se los ve. Un vestuario reducido, no tiene sentido hacer tanto cambio, en el teatro no se hacen y con una temática que no tiene el atractivo de los treinta. Ahora se da cuenta que lo más importante es el guión y tiene que hacer algo urgente si quiere que la obra sea atractiva, porque el único espectador siempre fue el.
- No ve la hora de volver a filmar.
El sueño de Ricardo era bailar en una Scola en Río. Había viajado varias veces, pero nunca en esa fecha donde los precios explotaban y era difícil moverse en la ciudad. Caetano, su amigo brasilero lo había entusiasmado, bailaba en una comparsa y lo podía llevar como invitado, con un permiso especial. Sería para la presentación de Flor Carioca, el próximo año, en el sambódromo. Juntaba los dólares para el viaje. Los nervios lo tenían a mal traer, los precios subían y había rumores de todo tipo. Después de un día agitado, se tiró en el sillón grande de su cuarto para mirar su serie favorita y descansar. La ciudad era una fiesta, las garotas más lindas que nunca y él con el ánimo bien arriba. Habían empezado los ensayos en el lugar. Sus pies se movían solos y su cuerpo era de goma. Festejaban con Caetano, en medio de un gentío a toda música. El club era un caos, corrían de acá para allá, hablaban y se reían fuerte. Una mujer buscaba los disfraces y repartía, le dio una bolsa con
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