Había llegado a sus 72 años como siempre quiso llegar. Corría una hora por día, jugaba golf 3 veces por semana, pesaba 74 kilos y podía jugar bridge por tres horas, sin perder la concentración.
Cuando le dijeron que no podía salir de su casa sin autorización, pensó que era una joda. Miro los noticieros, leyó los diarios. Y sí, un burócrata infeliz, había decidido que los últimos caramelos que le iban quedando en el frasco, los debía pasar encerrado entre cuatro paredes.
Entonces se decidió a actuar. Estudio concienzudamente todos los permisos que otorgaban y se hizo un experto en sacarlos. Hacía uno distinto para cada día.
Todos los días, salía de su casa, se subía a un colectivo y llegaba hasta la terminal y lo tomaba de vuelta, hasta la otra cabecera. Todavía no se ha atrevido a hacer cambio línea.
En los controles era un experto, con el barbijo y el buzo con capucha, no se distinguía la edad y el certificado trucho de DNI en trámite, le permitía pasear por la ciudad. Era lo más excitante, vital y rejuvenecedor que podría haber imaginado vivir.
Comentarios
Publicar un comentario